No puedo negar que he sentido algo de decepción al terminar la carrera de Australia.
Me esperaba algo más, mucho más. Y es que defender el madrugón de hoy para un aficionado de Formula 1 al que le gusta el espectáculo resulta cuanto menos complicado.
Y no lo digo porque no haya ganado el piloto por el que simpatizo, porque esto lleva ya ocurriendo unos cuantos años, si no porque parece que la Formula 1 donde se veían espectaculares duelos en pista parece haber terminado. Quizás es demasiado pronto para afirmar eso tan rotundamente, que los monoplazas están muy verdes, que es solo primera carrera, pero no me ha gustado lo que he visto.
Los monoplazas con motor Mercedes parecían aviones, y excepto el RB10 de Ricciardo (que aerodinámicamente es una pasada) y las manos de Alonso (que sobran las palabras), hemos visto como un Ferrari no podía ni siquiera adelantar a un Force India en recta con el DRS activado, y a Bottas remontando, pasando como un avión, desde la última posición hasta la sexta. Es cierto que el margen de evolución de los monoplazas es brutal y las unidades de potencia con todos los sofisticados sistemas eléctricos son todavía un quebradero de cabeza para muchos equipos, pero ver una carrera de coches casi silenciosos con pilotos apretando botones en el volante y no dedicándose a buscar el límite no es del todo de mi agrado.
Pero el hecho es que hemos pasado de un avión de bebida energética pilotado por un alemán a unas flechas plateadas que parecen inalcanzables, a no ser que existan problemas de fiabilidad. Espero que para Malasia la cosa cambie y esté un poco más emocionante, porque si no va a costar madrugar para ver esto.
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